El 19 de septiembre de 1893 en Nueva Zelanda, ocurre el primer reconocimiento -sin restricciones- al derecho a sufragio de la mujer a nivel mundial. Antes de esa fecha, existía sólo un precedente en el Estado de Wyoming (EE.UU), aunque con mas limitaciones. El reconocimiento neozelandés estuvo marcado por la lucha del movimiento sufragista, en la que destaca la figura de Kate Sheppard (1847-1934).
En Chile el derecho a voto político efectivo no ocurrió hasta 1949. Fue aprobado en 1934 por el parlamento, como una continuidad de la legitimación previamente obtenida del derecho de las mujeres a acceder a educación universitaria, a través del Decreto Amunátegui. Con el voto universal se reconoce a la mujer como sujeto político, y se valida la paridad civil y política entendidos como elementos esenciales de una democracia significativa, y de la defensa de los Derechos Humanos.
Para hablar de estos reconocimientos históricos es necesario hablar de la lucha de las mujeres que, desde diversas posiciones y con diversas herramientas, fueron capaces de cuestionar la tradición de esos años, que señalaba que «lo político y la política son zonas y ejercicios privativos de los hombres y que las mujeres, o bien carecen de la comprensión adecuada para enfrentarse a esos problemas o su inserción en esa rama ciudadana puede atentar contra las cualidades consideradas como femeninas en las mujeres.»[1]
En Chile, mujeres como Amanda Labarca o Elena Caffarena, cuyo trabajo cuenta con un gigantesco valor histórico, social y político, dieron la voz a un gran grupo de mujeres que comenzaban a organizarse por la paridad civil. «Se atrevieron a exigir sus derechos, con distintos énfasis, y desde la diferencia de puntos de vista, de una u otra manera, debieron afrontar esas dificultades. Todas ellas, entonces, portan el valor del intento por construir para sí y para el conjunto social, un mundo mejor diseñado, menos excluyente en sus prejuicios.»[2] La lucha de las mujeres en los espacios políticos nunca termina. Durante la dictadura cívico-militar el espacio político no fue abandonado, e incluso se abre a cuestionamientos. Una de estos surge de la mano de Julieta Kirkwood, planteándose ¿qué significa hacer política para las mujeres? Esta interrogante abre las puertas a la reflexión sobre cuáles son y serán los reales desafíos de la inclusión de las mujeres en el espacio público: «No se trataría tan solo de preguntarse cómo se incorporan -o no se incorporan- las mujeres a la política (…) sino que la cuestión es, fundamentalmente, apuntar a cuál es la dimensión política que le corresponde a la naturaleza de la exacción, o apropiación, o alienación de que la mujer, como tal, ha sido objeto en la sociedad».[3]
[1] Diamela Eltit. (1994). Crónica del sufragio femenino en Chile. Santiago, Chile: Servicio Nacional de la Mujer SERNAM.
[2] Diamela Eltit. (1994). Crónica del sufragio femenino en Chile. Santiago, Chile: Servicio Nacional de la Mujer SERNAM.
[3] Kirkwood, J. (1983). La política del feminismo en Chile. Revista internacional de ciencias sociales. La mujer y las esferas de poder. UNESCO, Vol.XXXV Nº4, p. 674
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