Debemos avanzar y proyectar cambios para que el reconocimiento del rol político de las mujeres y de las organizaciones populares deje de ser retórico y se transforme en algo sustantivo. También debemos avanzar en un modelo que vele por entregarle a las y los ciudadanos derechos fundamentales como la alimentación, el trabajo, salud, la educación, la vivienda. Sólo así nos aseguraremos de que las acciones colectivas de las ollas comunes ya no sean necesarias y queden en la memoria como un recuerdo de aquello que nos entregó aprendizajes populares para avanzar hacia un futuro más digno.
Pregunta
¿Cómo avanzamos para generar una transformación social que permita eliminar la necesidad de las ollas comunes? ¿Cómo mantener viva la memoria y las experiencias de acción comunitaria ganadas con las ollas comunes?
Practicar la solidaridad desde la ética es una tarea política. Implica el ingreso del otro y de los otros a las prácticas de vida interrumpiendo así el halo individualista que extrema la distancia por temor a una incesante competencia. Formas manipuladas por el miedo y la seducción frente a un horizonte inexistente regido por un “yo” siempre incierto, insuficiente y hasta dramático.
La solidaridad ha sido históricamente una tarea adjudicada al sujeto femenino. El “dar al otro” o “darse al otro” ha formado parte de un trabajo opaco, impago en muchísimos casos, siempre naturalizado: Cuidar, apoyar, enseñar, mantener, aguantar, callar. Un deber, una obligación. Y así se inscribe, en un lugar minoritario uno de los grandes hitos en los que se sostiene la economía. Sin el trabajo impago o decididamente con el salario inferior al de los hombres que reciben las mujeres, el sistema colapsaría. Es ese cuerpo, el de las mujeres trabajadoras con salarios insuficientes, o sin pago alguno, el que posibilita la riqueza y el crecimiento francamente obsceno de las grandes economías que hoy circulan por el mundo mientras se agudizan las opresiones y la abierta explotación.
El año 83, la dictadura chilena provocó una crisis de tal magnitud que las personas pobres, alrededor de un 30 % de la población, no tenía cómo ni qué comer. Solo las ollas comunes. Las mujeres cocinaron y cocinaron para las otras y otros de ellas. Sostuvieron.
Ahora mismo, el 2020, la pandemia atravesó el gobierno elitista y ganancial y mostró lo que escondía: la pobreza. El Estado propuso, en primera instancia, frente al hambre, $65.000 al mes. Una suma avergonzante. Ante la debacle, las mujeres pusieron sus destrezas para alimentar. Dispusieron de su tiempo y el cuerpo más material para la sobrevivencia de las otras, de los otros. Hasta hoy.
La olla común no tiene nada de natural. Es un trabajo público de solidaridad femenina. Y una mirada más fina aseguraría que la olla común es feminista. Porque es ética y totalmente política.
Es en esa caminata que presumo volví mis ojos hacia atrás
y vislumbro esa olla grande rodeada de mujeres en silencio ancestral
echándole alimentos recogidos por la solidaria comunidad
que existe todavía en este pueblo
dibujándose en esos ojos de niña mirando en el colegio de antaño
los fervores junto a los dolores nada para echarle al estómago
nada para dibujar corazones en el aire y pedir una ración de pan
recoger las verduras en desuso en la vega recoger los tomates
a punto de la descomposición antes que ese podrido
invadiera el cocido en la olla en la que calentaríamos la guata
en esos tiempos de inviernos cegados por la indiferencia
rumiamos las mujeres alimentando a los pequeños allegados
a esta incertidumbre de miedo
así como dormíamos abrazados hermanos en la cama de noches largas
acurrucados de frio hasta llagar los dedos en las mañanas
de las heladas de agosto
hasta el otro día en la escuela en el jarro de leche con una marraqueta
y un pedazo de dulce de membrillo una delicia en los tiempos de las chauchas
9 años y la tormenta llegaría en este andar con zapatos rotos en el 49
año de andar rota por dentro
rota por fuera con harapos del camino a la escuela
en el olor a los braceros
infancia con rodillas salientes y heladas
así se fraguaba el resumen de la vida
en esos tiempos y es que al doblar la esquina estaban las mujeres alrededor
del fogón y una enorme olla
conversaban y se reían con los cucharones que subían y se hundían
en mis sueños mientras llegaban acercándose tristes los hombres
niños niñas y mujeres
Siempre las mujeres en las labores del mercado en esos antaños
me cobijaba en la tristeza cuando miraba las vitrinas
con animales muertos adornados
y coloridos y me gustaba niña afirmaba mis razones de existir
sacaba un lápiz y dibujaba una pierna de cerdo
un pollo entero con zanahorias de un color que no era salmón ni anaranjado pimientos rojos y cebollas de color perla
al seguir en el camino del hambre simulaba una casa
atisbando como vivían en torno a la mesa alumbrada
entraba hasta la mampara luego salía corriendo como si me persiguiera el demonio
me devolvía y me atrevía a mirar por entremedio de los visillos
el almuerzo de unas cazuelas gruesas en aceites
salpicada en color y pimientos rojos
me aprendí todos esos platos de solo admirar su riqueza de cocina
comparada con mis platos de la infancia
Así creció mi chiquilla taciturna simulando dibujar las alcachofas y postres de leche
Amparada de no se que remotos tiempos entraba al almacén y me robaba una cebolla todo podía faltar en mis lentejas nunca una cebolla
mientras salía corriendo el dueño gritando chiquilla e mierda
y riendo para dentro llegaba al cuarto y se la pasaba a la abuela como una gata agradecida de la caza del día.
II
No obstante son el símbolo de la opresión
al mismo tiempo las ollas comunes desde siempre al paso de la centuria
han servido para organizarse
al alero de la solidaridad y la conversación
han roto el encierro propio de las mujeres del hogar.
Ha sido una forma de orientar la conciencia
un modo de abordar mejor esas faltas que se multiplican
es decir entremedio de la olla común se hace la política de la mujer
que nunca ha tenido el espacio suficiente
como para abordarla desde este punto de vista
alrededor de la olla las mujeres hacen política
que nunca llegó a algún lugar porque es la cocina
el segundo lugar de la casona grande de la república
Sin duda que no es esa haceídad de la razón pura con el que se resuelve
la gran cocina chilena en el ollón de la Moneda
Y nos preguntamos cómo se rellenó la guata vacía
en la época de la hambruna dictatorial
en el tiempo del hambre
en el tiempo del Pen y el Poj
esos salarios del hambre en Chile
tan similar al sueldo mínimo en el que se discutió horas
para subir un peso
horas charlatanas haciéndonos creer que en el parlamento de Chile
se razona de verdad
son tantas más de cien hablas horas de horas
para explicar en el lomo del libro del FMI
que esto del salario mínimo es un tema tan importante
que podría desbancar
al FMI
por eso las ollas comunes son el consuelo del hambre
en las poblaciones de la clase media como lo reafirma el parlamento
Sin olvidar a la Sra que dijo públicamente: Qué íbamos a hacer con los viejos?
Una pregunta razonable para el FMI no es cierto?
Por eso existe el tiempo en los tiempos de pandemias pestes
o catástrofes naturales
la desestabilización económica de la clase media chilena
que se fue a pique
y la Olla Común se vuelve a reinstalar en el vecindario para llenar el vacío de estómago.
CARMEN BERENGUER
CRÉDITOS Y AGRADECIMIENTOS
Esta exposición es producto del trabajo de la línea Programática Memoria y Feminismo —cuyo objetivo es objetivo visibilizar la memoria de organizaciones sociales de mujeres y su lucha durante la dictadura— y del Programa Convivir —que busca reforzar los vínculos e instalar dinámicas de trabajo colaborativo entre el Museo, las vecinas y vecinos del Barrio Yungay y las diversas organizaciones sociales, colectivos e instituciones que en él conviven.
Esta exposición no sería posible sin el compromiso y solidaridad de todas las personas que, ayer y hoy, han sido protagonistas de las ollas comunes. Agracecemos, además, el apoyo de la Corporación La Morada, así como de todas aquellas personas que han prestado sus testimonios, nos han asesorado en los contenidos de esta muestra o han participado con sus textos y reflexiones:
Carmen Berenguer
Ana María Briceño
Isabel Cayul
Padre Álvaro Chordi
Diamela Eltit
Alejandra Gallegos
Clementina González
María Graciana
Nicolás Guillén
Soraya Lizama
Juan Marambio
Verónica Matus
Ana Maria Medioli
Deisy Mendoza
Dalinx Noel
Raquel Olea
José Osorio
Karla Pereira
Romualda Pezo
Luis Torres Pizarro
Raquel Romero
Claudia Sabat
Alejandro Silva
Habraan Silva
Jessica Silva
Patricio Tari
Juan Carlos Vega
Isabel Villegas
Jorge Vitta
Cámara, edición y montaje de cápsulas audiovisuales: Camilo Carrasco
Subtitulado de cápsulas audiovisuales: Cristóbal Aguayo y Miguel Carrasco
Apoyo en terreno y geo referenciación ollas: Nicolás Martelli
Pasante Línea Programática Memoria y Feminismo: Dominga Borda Muñoz
Equipo MMDH
Francisco Estévez Valencia, director ejecutivo
Pamela Ipinza, Coordinadora de línea programática Memoria y Feminismo
Paz Ahumada, Integrante línea programática Memoria y Feminismo
Paulina Vera, Integrante línea programática Memoria y Feminismo
Daniela Román, Integrante línea programática Memoria y Feminismo
Lucrecia Conget, Jefa Área de Museografía
Jordi Huguet, Encargado de participación Área de Museografía
Milka Vilina, Diseñadora Área de Museografía
El Plan de Gestión del Museo de la Memoria y los DD.HH. cuenta con financiamiento del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural.