MEMORIA
Desde fines de los 70 y, especialmente, durante la década de los 80, las ollas comunes fueron la manera en la que miles de mujeres pobladoras enfrentaron la pobreza, la cesantía y el hambre. Las tareas de procurar los alimentos, cocinar y proporcionar comida salieron así del espacio doméstico al espacio público y de paso empoderaron a mujeres quienes se constituyeron como sujeto político, formaron comunidades y redes de apoyo. Así, las ollas comunes se transformaron en una forma de resistencia no sólo frente a la represión de la dictadura civil militar, sino también frente a la violencia machista imperante.




CRONOLOGÍA
Frente al aumento de la cesantía y la pobreza, proliferan en las poblaciones los comedores infantiles y comedores populares.
A comienzos de 1976 funcionaban en Santiago 263 comedores, que alimentaban a 25.000 personas, la mayoría apoyados por la iglesia.
1981
Recogiendo una tradición de organización popular de los años 60 y principios de los 70, empiezan a multiplicarse las ollas comunes en diversas poblaciones del país.
1982
Se desata una profunda crisis económica en Chile, como consecuencia de la implantación
en el país de un modelo liberal
a ultranza.
Coincidiendo con la crisis económica, se registra el período de mayor crecimiento de organizaciones orientadas a satisfacer necesidades básicas: comedores infantiles y populares, bolsas de cesantes, talleres productivos y, especialmente,
ollas comunes.
Creación del Programa de Ocupación para Jefes de Hogar (POJH), en un momento en que la tasa de desempleo en el país supera el 20%. Viene a sumarse al Programa de Empleo Mínimo (PEM), creado en 1974, con la finalidad de absorber mano de obra y disminuir la cesantía.
Las personas inscritas en el PEM y el POHJ representaban un 12,9% de la fuerza de trabajo del país. Estos trabajadores y trabajadoras no eran considerados empleados del Estado, no gozaban de estabilidad, no tenían derecho a indemnización por término del trabajo, licencia por enfermedad y tampoco podían aspirar a asignación familiar, colación o movilización.
Se contabilizan 41 ollas
comunes funcionando en la Región Metropolitana.
Se contabilizan 232 ollas comunes funcionando en la Región Metropolitana.
1986
Comienza la articulación territorial de las diversas ollas comunes, en la búsqueda de unidad y representatividad, superando su aislamiento y atomización. Nacen las Coordinadoras Sectoriales de ollas comunes.
1989
Creación del Comando Nacional de Ollas Comunes, que agrupa a las Coordinadoras Sectoriales
LA HISTORIA
En diversos momentos de la historia, las mujeres pobladoras se han organizado en redes territoriales de subsistencia. Previo a la dictadura militar, las ollas comunes tenían un carácter transitorio, asociadas a huelgas sindicales o a tomas de terreno; una vez que las demandas sindicales se negociaban y los terrenos eran apropiados, las ollas tendían a disolverse.
Inmediatamente después del golpe de Estado de 1973, comienza una lucha por la subsistencia en numerosos hogares chilenos. Las ollas comunes pierden su carácter transitorio para transformarse en un instrumento de organización permanente y estable, comandado por mujeres pobladoras quienes se unen en torno a la sobrevivencia cotidiana.
En 1975, el país se ve sumido en una fuerte recesión y la inflación alcanzó un histórico 375%, impulsando a los economistas nacionales –los Chicago Boys– a aplicar la llamada “doctrina del shock” económico, plan que cuyo objetivo era dejar que el mercado se regulara solo, disminuyendo cada vez más el rol público del Estado y el gasto social. De ahí en adelante, el desarrollo social pasa a ser una responsabilidad individual, dejando nuevamente a los sectores más pobres empobrecidos.
Como resultado, el período entre 1976 y 1982 se caracterizó por una recuperación económica que parecía milagrosa, bajó la inflación y la industria exportadora parecía estar en auge.
En paralelo se registró una gran privatización bancaria y desregulación del mercado y comenzó a ocurrir lo que muchos denominaron un boom del consumo basado en la expansión del crédito (Rodríguez, 2018). Pero la devaluación del peso, decisión cuya postergación aparecía como pilar del esquema monetarista, terminó por derrumbar todo el aparato ideológico construido alrededor del “milagro chileno”. (1)
Esta inestable sensación de bienestar terminaría bruscamente con la crisis económica de 1982. Por un lado, una crisis mundial provocada por un alza en el precio del petróleo, que generó que Estados Unidos tuviera que aumentar la tasa de interés, llevando a una “crisis de la deuda” para los países latinoamericanos. Internamente, la condición de falso bienestar estaba amparada en la privatización de los bancos y el endeudamiento de las empresas; ambas condiciones catastróficas que llevarían a la quiebra histórica de mas de 810 empresas. (2)
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(1) Morales, E. (1984). Políticas de empleo y contexto político: el PEM y el POJH. Programa FLACSO- Santiago de Chile. 225, noviembre 1984.
(2) Torres, P. (6/4/2020). Historia de la crisis de 1982, una verdadera catástrofe económica y social sobre el pueblo. La izquierda Diario. Disponible en:
http://www.laizquierdadiario.cl/Historia-de-la-crisis-de-1982-una-verdadera-catastrofe-economica-y-social-sobre-el-pueblo
















Fondo María José Munster Baeza


Fondo Rosemary Baxter


Fondo Rosemary Baxter


Fondo Anne Lamouche


Fondo Florrie Snow Bursey
En 1982 el desempleo llegó al 26,1% y la situación alcanzó un estado crítico. El gobierno decide, entre otras medidas, implementar el Programa Ocupacional para Jefes de Hogar (POJH), con la finalidad de absorber la cesantía. Al POJH se suma el Programa de Empleo Mínimo (PEM), creado el año 1974 con objetivos similares.
Un hecho relevante es que la fuerte participación masculina inicial en estos programas fue decreciendo con el tiempo, relacionado con el paulatino deterioro de los subsidios al PEM, lo que impulsó a muchos hombres a buscar otras alternativas ocupacionales. Por otro lado, a medida que la situación económica empeoraba, aumentó el número de mujeres que se sumaban al programa como una última opción. Un porcentaje mayoritario de las mujeres adscritas no tenían experiencia laboral previa.
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Bibliografía
Rodríguez, J. (2018). Desarrollo y desigualdad en Chile (1850-2009). Historia de su economía política, LOM Ediciones: Santiago.
Hardy C. (1986) Hambre+Dignidad=Ollas Comunes. PET
Hiner, H. (2019) Violencia de género, pobladoras y feminismo popular. Tiempo Robado.
CAMPAÑA COMPARTIENDO LA MESA, DE LA
PREOCUPACIÓN A LA ACCIÓN
La Campaña Compartiendo La Mesa nació en abril del año 1986 con un grupo de personas que, sin el respaldo de instituciones ni de partidos políticos, compartían el convencimiento de que era necesario impulsar acciones concretas para ayudar en algo a aliviar la pobreza y el hambre que aquejaba a un gran número de chilenas y chilenos. Esta campaña se propuso crear lazos entre dos chiles muy distantes, dando a conocer la realidad de los más pobres y canalizando apoyo a diversas organizaciones sociales, en su mayoría ollas comunes de la Región Metropolitana y Valparaíso.
La estructura orgánica de Compartiendo La Mesa constaba de dos partes: por un lado, estaban los y las dirigentes de las ollas comunes, quienes de forma sectorial y auto-gestionada se organizaban para recolectar alimentos, cocinar y recaudar dinero. Por otro lado, Compartiendo La Mesa se encargaba de recaudar los fondos de privados, particulares y a veces fondos externos y canalizarlos a las ollas comunes. Inicialmente, se constituyó con un grupo de 70 personas, desde altos ejecutivos, profesionales, estudiantes hasta dueñas de casa, oficinistas y personas de bajos recursos. En 1988 contaban con más de 1.500 adherentes.
Los dirigentes de las ollas comunes se reunían una vez al mes con dirigentes de Compartiendo La Mesa en el “Comité Asesor”, para evaluar y perfeccionar criterios sobre la transferencia de recursos. En esta instancia, se daba una profunda retroalimentación entre ambas partes, las personas contaban las problemáticas cotidianas que les aquejaban y en conjunto se articulaban distintas vías de solución. Teniendo en cuenta que esta fue la época de mayor actividad y organización de ollas comunes, Compartiendo La Mesa facilitó la organización y comunicación entre las distintas ollas comunes de Santiago y Valparaíso.
La línea de comunicación de Compartiendo La Mesa producía el boletín periódico “La Mesa”, que daba a conocer los avances, agradecía a las personas involucradas, daba cuenta del estado de las distintas ollas comunes, de los talleres y también funcionaba como una invitación para quienes no conocían la iniciativa y desearan unirse.






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